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Cuerpo, Técnica y Política (El Dossier de la Captura)

Escrito

Caja Negra según Flusser



(escuchando “Kerala” de Bonobo)

Si hay algo que aprendí en los últimos años —y créanme, aprendí poco, pero lo poco que aprendí fue muy caro—, es que la filosofía de la imagen no se trata de lienzos bonitos ni de la iluminación perfecta. Ojalá. Se trata de gestión. Se trata de saber quién te cuenta, cómo te cuenta y, sobre todo, si tu cuerpo ya fue catalogado como un activo o un pasivo en la gran hoja de cálculo global.

Cuando te pones a leer a esta pandilla de autores —Flusser, Debray, Rancière, et al— te das cuenta de que lo que tienes en las manos no es una bibliografía, es un manual de supervivencia para la era de la visibilidad obligatoria.

Capítulo I: Cuando el Aparato te Explicó que Tu Vida ya estaba Programada

Empecemos con Vilém Flusser. Un genio, claro. Pero también un aguafiestas con un sentido del humor tan negro que parece un software sin parchear. Nos explicó, sin tapujos, que el aparato (su “caja negra” ) no era solo la cámara que usas para tomarle fotos al perro. No, hombre. El aparato fotográfico es el arquetipo de todos los aparatos contemporáneos, desde la administración pública hasta los microchips.  

Su tesis es brutalmente simple, y por eso sigue siendo incómoda: Nosotros creemos que estamos siendo creativos con la técnica, pero en realidad solo estamos jugando con el aparato para “obligarlo a revelar sus potencialidades”. Es decir, el programa ya está escrito y nuestra supuesta libertad consiste en agotar las variables que el diseñador dejó. Somos como chimpancés sofisticados tratando de hacer breakdance con un algoritmo. La fotografía, por lo tanto, no es una copia del pasado; es una visualización , una proyección de un futuro ya programado. Qué alivio, ¿verdad?  

Régis Debray, por su parte, le pone la guinda política a este pastel tecnológico. En su teoría de la Mediología, nos dice que cada técnica de transmisión crea un tipo de Estado. Pasamos de la Logosfera al papel (Grafosfera/Estado Educador) y, finalmente, a la Videosfera/Estado Seductor.

¿Cuál es la estrategia del Estado Seductor, que es donde vivimos ahora?
Sencillo: no te reprime, te infantiliza.

“La disminución del peso relativo de la escuela en la videosfera fue acompañada por una dilatación de los espacios de aprendizaje… todo se convierte en saber y la idea de saber se desvanece.” Régis Debray.
Es decir, transmitimos más que nunca, comunicamos menos que siempre, y el poder ya no necesita una guillotina, sino un influencer. El control se ejerce mediante la seducción, y nosotros, como niños con un control remoto, nos conformamos con la autoridad nominalmente disminuida.

No te asustes, simplemente navega.

Capítulo II: El Cuerpo: de Medio Original a Sujeto Mudo

Aquí es donde entra el Cuerpo, el gran damnificado de la Fotosfera y la Videosfera.

Hans Belting nos recuerda que, históricamente, el cuerpo es el medio original de la imagen. Antes de las pantallas, estaban las máscaras, los ritos. El cuerpo era el soporte “no-inerte” que ponía la imagen en escena. O sea, la imagen siempre ha tenido que ver con los ritos de la ausencia (la muerte, la presencia del que no está).

Pero si Foucault tiene razón con la biopolítica, el poder moderno no te mata, te administra. Tu cuerpo es un objeto de cálculo y gestión (la somatopolítica). Y aquí es donde Giorgio Agamben, con su aire de profeta bíblico, mete su bisturí. Influido por Debord, nos dice que el capitalismo espectacular nos reduce a una “vida desnuda” y nos deja mudos, mientras el espectáculo habla ininterrumpidamente.

¿Tenemos control sobre el cuerpo?


¿Nuestra resistencia? El gesto.  

El gesto no es acción productiva; es la “exhibición de una medialidad,” la comunicación de la comunicabilidad misma. Es un acto que se retira de la sumisión a los fines utilitarios. En un mundo donde todo tiene que ser un fin (productivo, vendible, viral), el gesto es el equivalente a dejar de teclear, sentarse y mirar al vacío, sin un propósito claro. Es la inoperosidad radical que se emancipa de la programación. Un acto de rebeldía tan simple que resulta casi poético. O estúpido, depende de tu cuenta bancaria.

Capítulo III: Rancière y la Pelea por Quién Aparece en la Foto

Todo esto nos lleva al ring de la política. ¿Cómo se resiste uno al Estado Seductor y al Programa de Flusser?
Jacques Rancière tiene la respuesta: no se trata de opinar, se trata de hacerse visible.

Para Rancière, la política es fundamentalmente estética. No es gobernar, es reconfigurar el reparto de lo sensible. Este reparto es lo que define quién tiene derecho a ser visto, quién tiene tiempo para hablar y quién no es ni siquiera “contable” en la comunidad.  La política es el desacuerdo que interrumpe ese orden. Cuando el cuerpo anónimo (el “no-contable”) se hace visible y se pone a hablar donde se supone que solo debe haber silencio, eso es política.  

Y aquí se pelea con Didi-Huberman sobre “Lo Intolerable” :  
Didi-Huberman defiende que el fragmento de la imagen, ese pedazo borroso (como las fotos de Auschwitz), es lo que nos exige la imaginación política, el grito ante la historia. Es la fuerza del anacronismo : el pasado irrumpe en el presente para liberar un futuro emancipador.  

Rancière le teme a esto. Piensa que obsesionarse con lo “irrepresentable” o el trauma sublime corre el riesgo de caer en la fetichización o la metapolítica. Para él, la política debe seguir siendo el funcionamiento estético, el libre juego de hacer visible la igualdad.

En resumen, la lucha es:
  1. Rancière: ¿Quién está en el cuadro y tiene derecho a hablar? (Lucha por la igualdad sensible).
  2. Didi-Huberman: ¿Cómo el cuadro irrumpe en el presente para romper el tiempo? (Lucha por la imaginación testimonial).

Si lo sumamos todo, llegamos a la corpo-política, que no es otra cosa que el diseño de lo común: hacer ver las distinciones y los cuerpos excluidos. La política narra y delimita tu cuerpo. Nuestro trabajo, visores lejanos de la filosofía de la imagen, es poner en crisis esa narración.

Espero que esta anotación de blog, sirva para nuestro propósito. El hilo conductor es claro: el cuerpo como campo de batalla entre el cálculo técnico y la potencia crítica de la imagen fragmentaria.

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