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"Pienso, luego existo"... pero primero me tomo una selfie

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(Y la ironía de agendar un día para usar el cerebro)

Hoy me desperté con una notificación que vibró en mi mesa de noche con la urgencia de un apocalipsis nuclear o, peor aún, con la insistencia de un cobrador telefónico. ¿Era un correo del SAT? ¿Una crisis diplomática en Europa del Este? No. Era el calendario de Google, ese oráculo moderno que rige nuestras vidas, recordándome con una campanita alegre que hoy es el Día Mundial de la Filosofía.

Vaya broma cósmica.

Resulta que la UNESCO, en su infinita burocracia, decidió que necesitamos marcar en el calendario un día específico para recordar que somos Homo Sapiens y no solo Homo Videns1 u Homo Consumens. La ironía es tan espesa que se podría cortar con un cuchillo de obsidiana: tener un “día” para pensar implica, tácitamente, que los otros 364 días del año tenemos licencia oficial para comportarnos como autómatas.

La ironía es tan espesa que se podría cortar con un cuchillo de obsidiana: tener un “día oficial” para pensar implica, tácitamente, una concesión aterradora. Significa que los otros 364 días del año tenemos una licencia administrativa, sellada y firmada por la cultura moderna, para comportarnos como perfectos autómatas. Es como el “Día de la Madre”: le llevas flores un día para sentirte menos culpable por ignorarla el resto del año. Hoy le llevamos flores a Sócrates para ignorar nuestra propia ignorancia el resto del calendario.

Y seamos honestos: cumplimos esa licencia de “no pensar” al pie de la letra.

Vivimos en la era del piloto automático. Nos levantamos, revisamos la pantalla antes de revisar si seguimos respirando, reaccionamos (que no es lo mismo que opinar), consumimos contenido chatarra, trabajamos para alimentar el algoritmo de alguien más, volvemos a revisar la pantalla y nos dormimos con la luz azul quemándonos la retina y el cerebro frito. Si Heráclito viera nuestra rutina, no diría que “nadie se baña dos veces en el mismo río”, diría que “nadie hace scroll dos veces en el mismo feed”, y se echaría a llorar.

Hoy quiero invitarlos a incomodarse. No a celebrar la filosofía como quien celebra una efeméride patria hueca, sino a entender por qué pensar se ha vuelto el acto de rebeldía más peligroso, contracultural y (lo más triste) menos rentable de nuestro siglo.

Descartes con TDAH y Ansiedad Generalizada

René Descartes, ese francés metódico que en el siglo XVII nos partió la realidad en dos (la res cogitans y la res extensa), nos dejó el famoso Cogito, ergo sum (“Pienso, luego existo”).

En su momento, aquello fue revolucionario. Descartes buscaba una certeza, un suelo firme donde pararse. Dudaba de todo: de sus sentidos (que engañan), de la vigilia (¿y si estoy soñando?), incluso de las matemáticas (¿y si un genio maligno me hace creer que 2+2 son 4?). Su única certeza indestructible era que, al dudar, estaba pensando, y por ende, existía como sujeto pensante.

Pero si traemos a Descartes al 2024, lo encontraríamos probablemente medicado con ansiolíticos, sufriendo ataques de pánico en un rincón de un Starbucks, intentando entender por qué su existencia depende de un servidor en California.

Su premisa ha mutado. El silogismo cartesiano ha sido hackeado por la cultura de la imagen. Hoy, la duda metódica ha sido reemplazada por la validación algorítmica. La fórmula actual, la ontología del siglo XXI, es:

Me toman una foto, la subo, recibo likes, luego existo”.

Hay un terror profundo, un horror vacui2 moderno, a la no-existencia digital. Es una ansiedad ontológica nueva: si vas a una cena espectacular y no subes la historia a Instagram, ¿realmente cenaste? Si tienes un pensamiento profundo sobre la muerte, el amor o la soledad, y no lo conviertes en un hilo de X (antes Twitter) de 140 caracteres o en un video de 15 segundos con música de moda, ¿ese pensamiento tuvo valor? ¿Sucedió?

Hemos tercerizado nuestra existencia. Ya no necesitamos la certeza interna del “Yo pienso” (la introspección); necesitamos la auditoría externa del “Ellos miran” (la extrospección). Nos hemos convertido en el famoso árbol que cae en el bosque, pero en lugar de preguntarnos si hacemos ruido, corremos angustiados a ver si alguien grabó el video para TikTok y si se hizo viral.

Somos fantasmas buscando un cuerpo hecho de pixeles y engagement. Y lo más triste es que, en esa búsqueda de validación, dejamos de pensar. Porque pensar requiere pausa, y la selfie requiere inmediatez. Pensar requiere duda, y la selfie requiere pose.

El Filósofo de Twitter vs. El Silencio del Monte

Aquí es donde la cosa se pone interesante, y donde me gusta sacar el machete para desbrozar la maleza cultural.

En las redes sociales, todos somos filósofos. O al menos, todos tenemos una opinión. La doxa (la simple opinión sin fundamento, el chisme glorificado, el “yo creo que…”) ha devorado a la episteme3 (el conocimiento verdadero, fundamentado, rocoso).

En la plaza pública digital, la filosofía es un deporte de contacto y velocidad. Gana quien reacciona más rápido al trending topic. Gana quien es más mordaz, quien humilla mejor al oponente, quien “cancela” con más estilo. No hay tiempo para la digestión de las ideas. La filosofía requiere tiempo, ese recurso no renovable que el capitalismo de vigilancia nos ha robado sistemáticamente. Requiere aburrimiento. Requiere silencio.

Y aquí quiero hacer un contraste brutal entre dos mundos que habitan en mí, y que seguramente chocan en muchos de ustedes: la academia occidental moderna y la Filosofía de la Tierra4.

El duelo de titanes: La Razón Pura vs. La Raíz Profunda

Imaginemos a Immanuel Kant. Un tipo brillante, sin duda. Un arquitecto de la mente. Para Kant, la razón era una estructura, un edificio gótico riguroso. Había que categorizar, establecer imperativos categóricos, definir el “deber ser”. La filosofía kantiana (y gran parte de la occidental) es una filosofía que se hace “hacia arriba”: hacia la cabeza, hacia las ideas abstractas, separándose del suelo. Es una filosofía de libros, de aulas cerradas, de palabras esdrújulas y conceptos fríos.

Ahora, piensen en la Filosofía de la Tierra. Y no me refiero a un folclorismo barato de tienda de souvenirs. Me refiero a esa sabiduría ancestral, presente en los mayas, en los andinos, en los pueblos originarios de todo el mundo, que entiende el pensamiento de otra forma.

Recuerdo una vez, intentando explicarle a mi abuelo (un hombre que no leyó a Hegel, pero que entendía los ciclos de la lluvia mejor que cualquier meteorólogo) un problema existencial que yo tenía (probablemente alguna tontería amorosa o académica). Yo hablaba y hablaba, usaba lógica, premisas, conclusiones. Mi abuelo, don Miguel, solo me miraba mientras terminaba de hacer el pozol de las 10:30 a. m.

Cuando terminé mi discurso digno de un sofista griego, él guardó silencio un rato largo. Un silencio que en la ciudad nos pondría nerviosos, nos haría sacar el celular. Pero en el pueblo, el silencio no está vacío; está lleno.

Luego me miró y soltó una sentencia que desmontó toda mi retórica universitaria:

A t’aane’ jach chowak, ba’ale’ a tuukule’ jach kom. (Tu hablar es muy largo, pero tu pensamiento es muy corto).

Y remató con algo que vale más que tres doctorados en Ontología:

El que mucho habla con la boca, deja de escuchar lo que le gritan las piedras.”

¡Pum! Ahí está la fractura.

La diferencia fundamental es esta:

  • El Filósofo del Timeline (Occidente Digital): Cree que pensar es producir ruido mental, escribir papers o tuits, imponer su lógica al mundo. Es una filosofía antropocéntrica y ruidosa.
  • La Filosofía de la Tierra(Pensamiento Raíz)Sabe que pensar es, ante todo, escuchar. Es recibir. Es entender que uno no es el centro del universo, sino una parte más del tejido. Es una filosofía geocéntrica (centrada en la vida), silenciosa y cíclica.

Para la cosmovisión maya, el pensamiento (Tuukul) no ocurre solo en el cerebro. Ocurre en el Ool5 (el ánimo, la voluntad, el corazón-mente). No puedes “pensar” si tu corazón no está en sintonía. Descartes separó la mente del cuerpo; mi abuelo se hubiera reído de eso. ¿Cómo vas a pensar sin las tripas? ¿Cómo vas a razonar sin sentir la tierra bajo los pies?

Tabla comparativa: El Ruido vs. La Tierra
Característica Filosofía del “Timeline” (Modernidad Líquida) Filosofía de la Tierra (Sabiduría Ancestral)
Motor La reacción inmediata (Dopamina). La observación paciente (Serotonina/Paz).
Validación Externa (Likes, RTs, Citas académicas, Estatus). Interna y Comunitaria (¿Sirve esto para la vida? ¿Es verdad?).
El Silencio Un error, un “glitch”, un vacío aterrador que hay que llenar. Un maestro. El espacio necesario donde habla lo sagrado.
Objetivo Tener la razón (Ego). Ganar el debate. Entender el equilibrio (Armonía). Mantener la vida.
Herramienta El teclado / La pantalla / El algoritmo. El viento, el sueño, la memoria, la naturaleza.
Tiempo Lineal, productivo, escaso (“Time is money”). Cíclico, cualitativo, abundante (“Hay más tiempo que vida”).

3. La Rebeldía de lo Inútil (O por qué odiamos aburrirnos)

Regresemos al “Día de la Filosofía”. ¿Por qué nos cuesta tanto celebrarlo de verdad?

Porque hemos caído en la trampa de la utilidad.

La verdadera tragedia es que hemos convertido el pensamiento en una mercancía más. Entras a YouTube y ves “Filosofía para ser millonario”, *“Estoicismo para CEOs”, “Cómo usar a Maquiavelo para ascender en la oficina”. Hemos prostituido a Marco Aurelio y a Séneca, convirtiéndolos en coaches de autoayuda glorificados para empleados de Silicon Valley.

Sé estoico para que aguantes más horas de trabajo y seas más productivo". "Practica mindfulness para que no te estreses y sigas consumiendo".

¡No! ¡Maldita sea, no!

La filosofía no sirve para ser más productivo. De hecho, como diría un buen cínico (quizás Diógenes, que vivía en un barril y le ladraba a la gente rica), la filosofía no “sirve” para nada en el sentido utilitario y bancario del mercado. Y esa es precisamente su gracia. Esa es su potencia.

La filosofía es el freno de mano. Sirve para que no te tomen el pelo. Sirve para darte cuenta de que la “necesidad” de comprar el nuevo iPhone es un deseo implantado, no tuyo. Sirve para entender que la prisa que sientes en el pecho no es natural, es el ritmo del sistema económico que te necesita ansioso e insatisfecho.

Filosofar hoy, en este mundo saturado de neón, notificaciones y promesas falsas, es un acto de resistencia política y espiritual. Consiste en algo tan radical como apagar el celular. Sentarse en una silla, en el suelo, o en una piedra. Mirar el techo o el cielo.
Y aburrirse.

Sí, aburrirse. Porque hemos demonizado el aburrimiento, lo tratamos como una enfermedad. Pero en el aburrimiento nace la pregunta. Cuando el ruido cesa, la mente empieza a picar. Y esa picazón es el inicio del pensamiento propio. La pregunta es la única grieta por donde entra la luz en esta caverna digital blindada.

Conclusión: A qué huele la verdad

Así que, si hoy quieren celebrar el Día de la Filosofía, les pido un favor: no pongan una cita de Nietzsche en Instagram con una foto de ustedes en el gimnasio o tomando un latte (por favor, tengan piedad de la memoria de Federico).

Mejor hagan algo subversivo: desconéctense. Salgan al patio. Si llueve, mejor.
La academia nos enseñó, erróneamente, que la filosofía huele a biblioteca vieja, a polvo acumulado, a naftalina y a claustro universitario cerrado. Es un olor estéril, seco, de papel muerto.

Pero la verdadera filosofía, la Filosofía de la Tierra, la que te cambia la vida y te sacude los huesos, tiene otro aroma.

Huele a tierra mojada.
Huele a leña quemada en la mañana.
Huele a duda incómoda que no te deja dormir.
Huele a lluvia que se acerca.

Huele a esa sensación vertiginosa de que no sabes nada, de que eres pequeño ante el cosmos, y de que eso está bien.

La filosofía es ensuciarse las manos con la realidad, no filtrarla con una app. Es aceptar que somos finitos, vulnerables y que, muy probablemente, al universo le importa un carajo nuestra opinión en Twitter. Y en esa insignificancia, encontrar la libertad.

Apaguen la pantalla un rato. El algoritmo puede esperar. Su propia mente, tal vez no.

He dicho.
(Bueno, he escrito).

Notas al pie.
  1. Homo Videns: Concepto de Giovanni Sartori. Básicamente, advirtió que la televisión (y ahora las pantallas) nos estaban volviendo estúpidos al privilegiar la imagen sobre la abstracción lógica. Spoiler: Tenía razón.
  2. Horror Vacui: "Miedo al vacío". En arte, es la tendencia a llenar todo el espacio con detalles para que no quede nada en blanco. En tu vida digital, es ese pánico a tener 5 minutos libres en el elevador sin revisar WhatsApp o fingir que escribes algo.
  3. Episteme: Ya lo expliqué en el post pasado sobre Hedonismo Algoritmico, pero ahí va de nuevo: es el marco mental invisible que dicta qué es "verdad" en una época. Nuestra episteme actual dice que "si no está en Google, no existe". Platón distinguía entre la doxa (la opinión, lo que parece ser, la sombra en la caverna) y la episteme (el conocimiento verdadero, la luz). Hoy vivimos en la dictadura de la doxa.
  4. Filosofía de la Tierra: Un término para englobar las formas de pensamiento no occidentales, que no separan al observador de lo observado, ni a la mente del cuerpo. Es un pensamiento ecológico en el sentido más profundo de la palabra Oikos(casa)
  5. Ool: En la cosmogonía maya, es una entidad anímica compleja. No es solo "alma" en el sentido cristiano, es voluntad, es el centro de la percepción y el sentimiento. Cuando estás triste, tu "Ool" está apachurrado. No se puede filosofar con el "Ool" desconectado o enfermo
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