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Solo . . .

Escrito

Todo es lo mismo.
El callejón donde vivo sigue igual, a pesar de los años, a pesar de todas las cosas ocurridas.
El pavimento agrietado, los focos caídos, la pintura de las casas, todo sigue su curso natural.

Alguien dice “que las cosas caen por su propio peso”.. yo soy muy escéptico de esas palabras.

Alguna vez soñe con tenerlo entre mis manos y sentir las venas de su cuello. El latido de su corazón…Ver la desesperación de sus ojos…Tomar una pistola y matarlo.

Sentía que se moría, que se desvanecía, que se caía, que no estaba aquí.

—¡¡¡Desgraciado… ¡¡¡Lo está matando… ¡¡¡Alguien que ayude al joven—
Gritaba una señora que parecía estar más pendiente de mí que de él, tirado en el suelo.
—Te va a llegar la chingada pendejo—
Le dije eso y me acerque a su oído para sentir el miedo.
En tanto, veía sus ojos, lejanos y sorprendidos.. Lo había descubierto. Apretaba más su cuello. La gente temía acercarse al lugar. Nada me podía detener. La intención era más clara. En un instante, empecé a recordar las cosas que vivimos juntos: Nuestro primer viaje sin nuestros padres, el verano en la playa, la noche que nos llevaron al corralon por tratar de ligar a la novia de alguien.
Tantas imágenes que me llenaban los ojos de lágrimas.. No sé si de furia o de tristeza… De alegría u otra sensación.. El cuerpo se ponía caliente… Mis brazos se tensaban cada vez más. Comenzaba a sentir el cuello frío…Me faltaba el aire.. Comenzaba a ver todo borroso.

El latido de su corazón se perdía con el ruido.. Ese callejón era perfecto…

De pronto, dos policías corrían hacia nosotros… Tan llenos de culpa… Tan gordos de corrupción… Corrían y caían.. Uno de ellos se golpeo la cara contra el pavimento.. Comenzó a sangrar… Se desmayó.
Su compañero no miró atrás.. Veía con toda la intención de golpearme… Su cuerpo se hacía cada vez más pesado… Las piernas le flaqueaban. También le costaba respirar. Atinó contra mi hombro con la macana. Caí sin soltar a mi enemigo… El oficial me golpeó la cara… Me desmayé.

No supe nada más. Empezaron a llegar unos ruidos muy raros… Oía una sirena… el beep de algún aparato..
Los llantos de alguien conocido… Los rezos de un cura… reconocí el olor a flores… ví una luz blanca… Lo veía a él… ¡Vivo!
Se desvanecía… miraba tan distante a un médico.. Un ángel… A mi hija…

Y ya no supe que otras cosas aparecían frente a mí…
Sólo podía percibir la terzura de su piel. Sus lágrimas de perdón.
Era tarde… Yo moría…

El autobus se detiene y alguien me dice:

— Joven, ya llegamos…¡Mire! alguien lo saluda—

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