Un sitio demasiado personal

Estás dentro de la biografía o alguna anotación del blog. Tómate la libertad de revisar todo el sitio.

¿Quieres leer más anotaciones? Visita el área de archivos

» L'podcast

Archivos

    Escrito

    Confieso que después de re-pensar y leer algunas lecturas sobre cómo diablos entrelazo Geopolítica, hedonismo, placer instantáneo y agregados, me he quedado con un insomnio de pensador woke de cafetería. Es la clase de idea que te arruina la tarde, pero que te da material para al menos cuatro debates en X (o que te lleves cosas para echarle tiza a la mente).

    La tesis es simple, brutal y elegantemente sarcástica: la catástrofe global no vendrá por falta de recursos, sino por exceso de placer.

    Resulta que el tío “Lipovetsky”, ese sociólogo que nos conoce mejor que nuestra tarjeta de crédito, nos diagnosticó como sujetos hipermodernos: Una especie que ha cambiado la racionalidad por la dopamina, y la complejidad por la ligereza. Somos adictos al hedonismo instantaneísta y al narcisismo apático. Queremos que la vida sea un reel de Instagram: rápido, bonito y sin drama.

    Y ahí, justo en esa fisura de nuestra flojera mental, entró la Inteligencia Artificial (IA) como la socia de negocios perfecta.

    La Analogía del Hámster y su Rueda Algorítmica

    Piénsenlo con cinismo: la IA no vino a salvar la humanidad; vino a gestionar nuestra adicción.

    Somos el hámster en la jaula del capitalismo tardío. La jaula es perfecta, climatizada y con WiFi. La rueda no se llama ejercicio, se llama Algoritmo. Cada vez que corres más rápido (es decir, cada vez que consumes, posteas o peleas en Twitter), la máquina te da un pellet de validación (el like, la recomendación, el micro-placer).

    El objetivo del dueño del zoológico (la Geopolítica) no es que el hámster sea libre; es que sea un hámster frenético y felizmente distraído. Y la IA es la que se encarga de que tu ciclo de vida esté tan optimizado para el placer que jamás te detengas a pensar en la geopolítica, el cambio climático o, Dios no lo quiera, en el concepto de sacrificio colectivo. Si la acción humana está guiada por la emoción y la autovalidación, el sistema algorítmico, que optimiza precisamente esa entrega de placer, es inherentemente más efectivo para controlar el comportamiento de las masas que cualquier sistema coercitivo tradicional.

    ¡Claro que lo es! Si te doy una herramienta para que gestiones tu imagen y te sientas validado (narcisismo digital), ¿para qué vas a salir a protestar? La energía que antes era política, ahora se desvía a la gestión del ego. Es la despolitización estructural más sofisticada de la historia: te conviertes en un individualista apático porque estás demasiado ocupado en la Rueda de la Inmediatez.

    El Autoritarismo Placentero es Impecable

    La cultura que Lipovetsky describe, esa que huye de la “abolición de lo trágico” y busca solo la “seguridad”, es la cliente ideal para el Autoritarismo Placentero.

    No necesitamos dictadores gritando. Necesitamos que el gobierno (o la corporación global) nos diga: “Te instalamos el Sistema de Reconocimiento Facial (SRF) por seguridad, te gestionamos las ayudas sociales con IA (ADMS) por eficiencia, y mira, ¡de paso tu feed está increíblemente personalizado!”. Cero fricciones, máximo confort.

    Nuestra pasividad cívica se convierte en el carburante de su poder. El precio de la ligereza es la libertad, y aquí está la hoja de costos que nadie leyó en la letra pequeña:

    Tabla 1: El Mapeo de la Vulnerabilidad: Del Sujeto Hipermoderno al Riesgo Geopolítico
    Concepto de Lipovetsky (La Debilidad Cultural) El Arma de la IA (El Explotador) La Consecuencia Geopolítica (El Precio de la Frivolidad)
    Hedonismo Instantaneísta y Hiperconsumo Sistemas de recomendación para la gratificación instantánea. Creación de dependencias económicas y tecnológicas globales.
    La Seducción como “Motor del Mundo” Algoritmos que amplifican contenido polarizante y emocional. Manipulación de la opinión pública e injerencia electoral.
    Despolitización y Narcisismo Digital La “Dictadura de las pantallas” y la reclusión. Pasividad cívica que facilita la implementación de vigilancia sin resistencia.
    Abolición de lo Trágico y Búsqueda de Seguridad Vigilancia masiva (SRF) y Sistemas Automatizados de Gestión (ADMS). Erosión de derechos humanos bajo la promesa de la eficiencia.

    Y claro, esta arquitectura no solo nos controla a nosotros, sino que se exporta como Soft Power Tecnológico. El enemigo ya no usa bombas; usa algoritmos de deepfakes y fake news que explotan nuestra fatiga democrática. Es la guerra híbrida: desestabilizar al rival haciendo que sus ciudadanos se ahoguen felices en su propia polarización digital.

    La Revuelta: Romper la Rueda

    Todo esto tiene un final que, honestamente, me ofende por su optimismo: el Imperativo Ético y la Reconciliación con lo Trágico. En otras palabras: ¡Maduren, por el amor de Dios! (que Deux Machina los trae en la enajenación ad infinitum, chicuelos)

    Tenemos que salir de la Rueda del Hámster y aceptar que la vida es dura, compleja y que a veces hay que tomar decisiones que no dan placer instantáneo. Hay que rechazar esos “ideales que no sean gustar por la apariencia” y recuperar al Homo Politicus Digital que valora el esfuerzo, el debate y la verdad, aunque sea aburrida.

    La defensa no es tecnológica, es cultural. Es exigir que el diseño algorítmico maximice nuestra autonomía, no nuestro engagement.

    Riesgo Lipovetskyano (Nuestra Peste Cultural) Amenaza Geopolítica de la IA El Antídoto (La Única Resistencia)
    Hiperindividualismo/Reclusión Fragmentación social y susceptibilidad a la polarización. Promoción de marcos éticos centrados en el bien común.
    Descrédito del Futuro/Abolición de lo Trágico Incapacidad de resistencia a amenazas sistémicas. Educación cívica digital y promoción de otros ideales que no sean el placer.
    Despolitización/Falta de Racionalidad Injerencia en elecciones y deslegitimación. Transparencia algorítmica y rendición de cuentas.
    Lo Sublime

    Así que, aquí tienen mi último acto de resistencia: voy a salir a la calle sin smartphone durante una hora. Voy a arriesgarme a perderme algo, a sentirme incómodo y a enfrentar la realidad sin filtro.

    Si esto les parece demasiado esfuerzo, no se preocupen. El algoritmo ya está preparando un video corto de 15 segundos con música pegadiza para que se olviden de todo. Y eso, damas y caballeros, es el sonido de la Geopolítica Invisible ganando otra batalla. ¡No le den like a esta rendición!

    Autor

    Comparte esta anotación en:


    Categorías

    Escrito

    Es tu web ¿a prueba de balas o de risas? Un manual de supervivencia para el diseñador escéptico.

    A ver, seamos honestos. Los diseñadores y desarrolladores web vivimos en un estado de negación perpetua. Nos pasamos la vida persiguiendo el siguiente framework de JavaScript, el bundle más pequeño y la animación más sexy, convencidos de que estamos construyendo el futuro. Y luego, un día, te das cuenta de que esa obra maestra de la ingeniería, esa que funciona perfecto en tu Mac Pro con la última versión de Chrome, se convierte en un chiste en el celular de tu tía con datos limitados. ¿No te ha pasado? A mí sí. Varias veces. Y siempre termino pensando en Jeremy Keith y su concepto de Diseño Web Resiliente, que es básicamente un manual para aceptar nuestra miserable realidad.

    La paradoja del diseñador: del control a la aceptación.

    Keith nos dice que la web es un “hot mess”. Una cosa caótica e impredecible donde los diseñadores, con su manía de control, intentamos meter orden. Queremos que el usuario vea exactamente lo que nosotros vemos, que todo se cargue en 2 segundos, que la animación de la bolita rebotando no falle. Y mientras más nos esforzamos en eso, más frágiles hacemos nuestros sitios. Es como construir un castillo de naipes en medio de un huracán y pretender que es un búnker.

    La clave está en entender que la web no es iOS. No es un jardín amurallado donde todas las flores son de tu agrado. Es un bosque, un desierto, un pantano… Es un lugar donde lo único seguro es que algo va a salir mal. Entonces, la idea no es ser a “prueba de futuro” (¡qué inocencia!), sino ser “amigable con el futuro”. Es un cambio de chip que suena a filosofía zen y a una terapia de aceptación para los geeks.

    La gran farsa del código “perfecto”

    Hay otra idea de Keith que me resuena: las ideas son más resilientes que el código. Vaya bofetada de humildad. Nos pasamos la vida escribiendo líneas y líneas de código que en unos años serán tan obsoletas como un Nokia 3310. Pero los principios, las ideas de diseño, esas perduran.

    Piensa en los monjes que iluminaron el Libro de Kells hace más de 1,200 años. Usaron lo que tenían: cuatro tintas, vellum y paciencia infinita. Después llegó Gutenberg con su imprenta y revolucionó la producción, pero ¿qué crees? El uso de columnas y las letras capitales sobrevivieron. ¿Por qué? Porque funcionaban. Eran buenas ideas.

    En la web, esto se traduce en la fragilidad de los lenguajes. El HTML y el CSS (lenguajes declarativos) son como el vellum y las tintas de los monjes; son perdonadores, tolerantes al error. Si pones una etiqueta mal, el navegador no se colapsa en un mar de lágrimas. Se hace el disimulado y sigue adelante. Pero el JavaScript… ¡ay, el JavaScript! Una coma mal puesta y el sitio se convierte en un páramo desolado. Es la fragilidad personificada.

    Esta diferencia en la tolerancia al error es crítica y se puede resumir de manera gráfica:

    Tolerancia al error (HTML | CSS | JS )
    Lenguaje Naturaleza Función Principal Tolerancia a Errores (Resiliencia) Riesgo de Fallo Total (Single Point of Failure)
    HTML Declarativo Estructura y Significado (Contenido) Alta (Ignora etiquetas desconocidas) Muy Bajo
    CSS Declarativo Presentación y Estilo Alta (Ignora reglas no reconocidas) Bajo
    JavaScript Imperativo Comportamiento, Interacción Avanzada Baja (Errores de sintaxis o entorno críticos) Alto

    Si la funcionalidad central de un sitio depende totalmente de JavaScript (el lenguaje más frágil y más susceptible a fallos debido a errores de red, bloqueos o entornos desconocidos), se introduce un punto único de fallo. La robustez solo se mantiene si se construye una base sólida de buen HTML con enlaces y formularios funcionales, de modo que si JavaScript falla, el sistema simplemente retrocede a esa base funcional.

    Un plan de tres pasos para que tu web no muera en el intento

    Aquí es donde entra el concepto de la Mejora Progresiva (Progressive Enhancement), que es como un seguro de vida para tu web. La metodología es simple, y a la vez, radical:

    1. Define el “Verbo”: Olvídate de los botones y los widgets. Piensa en lo que el usuario realmente quiere hacer: leer, comprar, enviar un mensaje. ¿Cuál es la función esencial?
    2. Construye el cimiento universal: Haz que esa función esencial sea accesible para todos, usando la tecnología más simple y robusta posible: HTML semántico y renderizado desde el servidor. Es el esqueleto que va a funcionar en cualquier lado.
    3. Mejora, no reescribas: Ahora sí, encima de ese esqueleto, agrega todas las capas de fantasía que quieras: el CSS para que se vea bonito y el JavaScript para las interacciones complejas. Pero si estas capas fallan, ¡no pasa nada! El usuario sigue pudiendo "leer" o "comprar".

    El éxito de una web resiliente, como la calidad de un buen chiste, a menudo pasa desapercibido. Es una “calidad oculta”. Los usuarios solo notan cuando algo falla, pero nunca cuando todo funciona bien. Es como la plomería de tu casa: te quejas cuando se rompe una tubería, pero nunca agradeces que el agua simplemente salga.

    Así que la próxima vez que te sientes a diseñar, recuerda: ¿estás construyendo algo que va a funcionar hoy y mañana, en cualquier dispositivo? O estás creando otra de esas efímeras obras de arte que solo se ven bien en tu galería personal? La respuesta, por supuesto, no es que te haga más o menos dinero, sino que te haga dormir más tranquilo.

    Autor

    Comparte esta anotación en:


    Categorías ,

    Escrito

    (escuchando “Kerala” de Bonobo)

    Un Acto de Fe a las Tres de la Mañana

    Son las tres de la madrugada. Es la hora de los lobos, de los poetas y de los insomnes. Yo, que no soy ni lo uno ni lo otro, sino un simple mortal con el ciclo de sueño de un vampiro en prácticas, me encuentro frente a la pantalla del televisor en un estado de parálisis casi mística. Llevo cuarenta y cinco minutos navegando por el menú de las plataformas digitales, un purgatorio de carátulas brillantes y sinopsis prometedoras.

    San Algoritmo

    San Algoritmo

    Mi cerebro está cansado. Quiero ver algo, pero el esfuerzo de elegir qué ver es superior a mis fuerzas. Es la clásica paradoja del burrito: tienes tanta hambre que no puedes decidir qué ponerle, y terminas comiéndote las tortillas solas. En un acto de desesperación, abro el teléfono. Quizá un video corto en YouTube me aclare las ideas. Y entonces, ocurre el milagro. El primer video que me recomienda la plataforma, sin que yo haya buscado nada, es un ensayo de diez minutos titulado: “Por qué las películas de ciencia ficción de los 70 son el antídoto perfecto para el insomnio moderno”. Me quedo mirando el título, luego la pantalla del televisor, luego el teléfono otra vez. El algoritmo, ese dios entrometido que vive en la nube y juzga nuestros corazones a través de nuestros clics, ha visto mi alma cansada.

    Ha conectado mi historial de búsquedas de “películas de Tarkovski“, mi patrón de actividad a altas horas de la noche y, probablemente, la reseña de una estrella que le di a una comedia romántica la semana pasada. Y me ha ofrecido la salvación.

    No es una sugerencia. Es una epifanía. Pongo una de esas películas y, efectivamente, su ritmo lento y su pesimismo existencial me arrullan como una canción de cuna filosófica. Me duermo en el sofá, con el teléfono en el pecho, como un fiel que se aferra a su libro de oraciones. A la mañana siguiente, me despierto con dolor de cuello y una revelación un poco amarga: el poder ya no te dice lo que tienes que hacer. Simplemente te conoce tan bien que te presenta lo que estabas a punto de desear, haciendo que la obediencia se sienta como un acto de genialidad personal.

    Del Látigo al “Me Gusta”: Breve Historia del Poder para Dummies

    El poder como tal, tenía esa esencia teatral: muertes en la plaza, reyes con coronas y uno que otro degollado…Con el paso de los años, esto se volvió más sutil. El tío Foucault, nos comentó que el poder moderno no sólo era la mutilación de un miembro, sino también la gestión de la vida. Esto básicamente es la Biopolítica: el arte de gobernar a la población. El Estado se convirtió en una especie de administrador de la granja: preocupado por la salud pública, la higiene (#ComenSanoComeChancho), la longevidad, y otros para la optimización de recursos.
    El objetivo era claro: hacer vivir de la mejor manera productiva posible (nueva esclavitud, pa’ pronto).

    Este poder se ejercía desde las instituciones: la escuela, el hospital, la fábrica. Espacios adecuados para moldear y normalizar la conversión de ciudadanos eficientes y cuerpos dóciles.
    Siendo francos: odiamos la disciplina (en términos generales) y que nos molesta la vigilancia.

    Asentados en nuestra época (capitalismo tardío y conexión permanente), Byung-Chul Han, nos advierte que la biopolítica ha quedado atrás (obsoleta). Hemos llegado a la Psicopolítica. El poder ha descubierto que es más rentable y eficiente seducir la psique… (y se olvida de disciplinar al cuerpo).

    El poder psicopolítico es un poder “inteligente” (smart), amable, casi un amigo. No te prohíbe nada; al contrario, te anima a poderlo todo. “Puedes ser más productivo”, “Puedes ser más feliz”, “Puedes optimizar tu vida”. La coacción ya no viene de un vigilante externo, sino de una presión interna por rendir, por mejorar, por ser la mejor versión de ti mismo. Es un sistema que no funciona negando la libertad, sino explotándola. Nos creemos libres mientras participamos con entusiasmo en nuestra propia autoexplotación, convirtiéndonos en “empresarios de nosotros mismos”. Y el escenario de este nuevo poder es, por supuesto, el ecosistema digital. Las redes sociales son las nuevas iglesias, las nuevas fábricas y las nuevas prisiones, todo en uno. Son el espacio donde nos confesamos voluntariamente, trabajamos gratis para generar contenido y datos, y construimos nuestra propia celda de vigilancia a base de selfies y check-ins. El panóptico de Foucault es un juego de niños comparado con esto. Aquel era un sistema donde no sabías si te estaban mirando. En el nuestro, hacemos todo lo posible por asegurarnos de que nos miren.

    La Cultura del Scroll Infinito y el Capitalismo de los Sentimientos

    Para entender por qué caemos tan redondos en esta trampa, hay que hablar de otro teórico, Fredric Jameson. Él definió el posmodernismo como la “lógica cultural del capitalismo tardío”. Es un nombre rimbombante, pero la idea es sencilla: la cultura que producimos y consumimos es un reflejo perfecto de la fase del capitalismo en la que vivimos. Y esta fase, la nuestra, tiene unas características muy particulares.

    Primero, una “nueva superficialidad”. Vivimos en el imperio de la imagen. La profundidad, el significado oculto, han sido reemplazados por la superficie, por la estética del momento. Segundo, un “debilitamiento de la historicidad”. El pasado ya no es una lección, sino un guardarropa del que sacamos estilos para mezclarlos sin ton ni son, en lo que Jameson llama pastiche. Y tercero, la frontera entre la alta cultura y la cultura de masas se ha borrado. Un meme puede tener más impacto cultural que una ópera.

    ¿Les suena de algo? Es la descripción exacta de un feed de Instagram o TikTok. Un flujo interminable de imágenes y videos sin contexto (pastiche):, donde lo que importa es la apariencia (superficialidad) y todo ocurre en un presente perpetuo que borra el ayer y el mañana.

    El motor que alimenta esta máquina cultural es la llamada “economía de la atención”. En un mundo saturado de información, nuestra atención es el recurso más valioso, la nueva materia prima. Las plataformas “gratuitas” no nos venden un producto; nos venden a nosotros como producto. Capturan nuestra atención y la monetizan, vendiéndosela a los anunciantes. Por eso, sus interfaces están diseñadas con la precisión de un neurocirujano para ser adictivas, para mantenernos enganchados el mayor tiempo posible.

    Dentro de este sistema, nos convertimos en el sujeto neoliberal perfecto: somos productores (de contenido y datos), consumidores (de la publicidad y el contenido de otros) y la mercancía final (el perfil de datos que se vende al mejor postor). La vida se convierte en una cuenta bancaria de capital simbólico, donde los “me gusta” son la moneda y los seguidores, el patrimonio. Y todo esto lo hacemos bajo la tiranía de una transparencia autoimpuesta, desnudando nuestra vida privada por una necesidad de validación que el propio sistema ha creado.

    El Placer como Correa: Manual de Instrucciones del Hedonismo Digital

    ¿Y cómo consigue el sistema que hagamos todo esto con una sonrisa en la cara? A través de su herramienta más poderosa: el hedonismo digital. El hedonismo, en su versión original griega, era la búsqueda del placer como el bien supremo. Era una filosofía que requería sabiduría y moderación para alcanzar la paz del espíritu. Nuestra versión es, digamos, un poco más barata. Es un hedonismo de comida rápida, de gratificación instantánea, diseñado para mantenernos dóciles y consumiendo.
    El principal mecanismo es la gamificación. Se trata de aplicar lógicas de juego (puntos, insignias, niveles) a actividades que no son un juego. Las redes sociales son un “juego de estatus diario”. Cada publicación, cada comentario, es una jugada. Y las notificaciones son las recompensas. Funcionan con el mismo principio de las máquinas tragamonedas: la recompensa variable intermitente. Como no sabes cuándo llegará el próximo “me gusta”, revisas el móvil de forma compulsiva, en un bucle de dopamina que te mantiene enganchado. Te sientes en control, crees que juegas para ganar, pero las reglas las ha puesto la casa, y la casa siempre gana.

    Este hedonismo también se disfraza de conexión humana. El marketing de influencers es el ejemplo perfecto. No nos venden productos, nos venden un estilo de vida a través de una relación parasocial: ese vínculo unilateral que sentimos con una celebridad, como si fuera nuestra amiga. Su recomendación no parece un anuncio, sino un consejo sincero. Y así, el consumo se convierte en un acto de pertenencia, en una forma de construir nuestra identidad a imagen y semejanza de un ideal manufacturado.

    Y la vuelta de tuerca final es cuando este sistema se aplica a nuestro propio cuerpo. El movimiento del “yo cuantificado” (Quantified Self) nos anima a medirlo todo: pasos, calorías, horas de sueño, ritmo cardíaco. Bajo la bandera del “autoconocimiento a través de los números”, nos convertimos en los capataces de nuestra propia salud. Es la biopolítica internalizada: ya no es el Estado el que nos vigila, nos vigilamos a nosotros mismos con una pulsera inteligente, transformando nuestra existencia en un flujo de “biodata” que regalamos gustosamente a las corporaciones a cambio de la placentera sensación de estar optimizando nuestra vida. La búsqueda del bienestar se convierte en una forma sofisticada de auto-vigilancia.

    La Resistencia es Fútil (¿o no?)

    Y así, el círculo se cierra. El poder ya no necesita la fuerza bruta del Estado (biopolítica), sino que opera a través de la seducción de la psique (psicopolítica). Esta seducción se materializa en una cultura de la superficialidad y el presente perpetuo (capitalismo tardío), cuyo motor es la captura de nuestra atención. Y el combustible que nos mantiene enganchados a ese motor es una corriente constante de placeres fáciles y cuantificables (hedonismo digital).

    El resultado es un sujeto que se siente más libre que nunca mientras está más controlado que nunca. Un sujeto que lucha, no contra el sistema, sino contra sí mismo por no ser lo suficientemente productivo, feliz o popular. Como dice Han, la resistencia se vuelve casi imposible porque no hay un enemigo visible contra el que rebelarse. *El opresor y el oprimido son la misma persona. ¿Cómo te declaras en huelga contra ti mismo? *

    Cualquier gesto de rebeldía —desconectar, criticar el sistema— es rápidamente absorbido y convertido en otra pose, en otra marca personal: el “minimalista digital”, el “crítico de la tecnología”. El sistema es un experto en venderte la jaula y, después, venderte el manual sobre cómo sentirte libre dentro de ella.

    Vuelvo a pensar en mi epifanía de las tres de la mañana. El algoritmo no me obligó a ver esa película. Simplemente, me conoció, me sedujo y me dio lo que yo, en el fondo, quería. Y me sentí comprendido. Me sentí bien. Y ese es el verdadero quid de la cuestión, la pregunta que me deja un regusto amargo en la boca del café. Este poder no se siente como una cadena, sino como un abrazo. Un abrazo un poco asfixiante, sí, pero un abrazo al fin y al cabo.

    No tengo una respuesta, ni un plan de escape. Quizá la única forma de resistencia que nos queda es la más modesta de todas: la conciencia. Entender el juego. Saber que cuando hacemos scroll, no solo estamos matando el tiempo, sino alimentando a la bestia. Y de vez en cuando, quizá, apagar el teléfono, abrir la ventana y prestar atención al único algoritmo que no quiere vendernos nada: el sonido de la vida real, con todo su aburrido y glorioso caos.

    La pregunta final, la que me asalta en estas noches de insomnio, no es si podemos escapar de la máquina. Es si, después de tanto tiempo sintiéndonos cómodos dentro de ella, todavía nos quedan ganas de buscar la salida.

    Autor

    Comparte esta anotación en:


    Categorías

    Escrito

    ¿Qué es esto que hago?

    Re-flexiones al filo de los límites.

    (escuchando “The Other Side [Rōnin Def Mix] | Unkle, Tom Smith)

    Diario (desde cosificación de la llamada “democratización de los medios”), tenemos “temas” por debatir. La “twitósfera” nacional o internacional (movida por tópicos de interés o bots hechos a modo por las “agencias” de “publicidad”) siempre anda “candente”. De diluir lo propio o exacerbar a las “masas” digitales. Sin importar por supuesto, las “libertades” tomadas a partir de la “libre expresión” (facultad dada a las medios masivos de comunicación). No es raro entender de qué va la cosa: La lucha antagónica de lo que sea. Hippies vs, yuppies (y su revival este año), rock vs pop (Gracias MTV), capitalismo vs socialismo (agradecemos a la policía del mundo [EE.UU] por toda la educación vía cine de acción durante finales de los 70’s y todo lo que va de la cuenta), chairos vs derechairos y todas las que deseen adjuntar en el inconsciente colectivo.

    Más allá de las tomas y posturas enraizadas al tuétano de individuos defendiendo colores, patrias y demás, el ser humano ha buscado eso: los diferenciadores de identidad y por supuesto, su identidad: eso que lo hace único (y dejar en claro que no somos unas baterías alimentando a la Matrix©).

    Este blog es falso


    El título de esta anotación juega con la primer paradoja que aprendí en mis clases de lógica (hace algunos ayeres).
    Esto ¿qué tiene que ver con lo anterior?

    Las cosas más simples tienen un lado amable (o sátiro)

    En un intento por determinar argumentos, debemos (así de fuerte anda la cosa en sí) tener datos. Tangilibidad de hechos. Sin embargo, pareciera que dentro de las cosas (y la valoración del vox populli) se da crédito a la persuación. Este juego entre lo “épico”, lo “emocionante” y lo inverosímil de un “orador” (o su “influencer” de confianza). Digo, el ejemplo claro para esto, sería las promesas de un candidato a cualquier puesto.

    Salinas entra a la cárcel. Resolveré el conflicto del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 15 minutos“Chente” Fox

    Más allá de creer en la promesa como un acto de compromiso (o de ir firmar ante un notario) existe el fallo, la falta de palabra y la astucia ante la ingenuidad (así como ignorancia total). Ojo, no estoy descubriendo el hilo negro. Estoy argumentando (sobre prueba tácita, concisa y comprobable), algunos hechos que marcaron una diferencia entre la creencia y la validez de enunciados emitidos.

    Fox no cumplió su promesa de los 15 minutos con el ELZN y Carlos Salinas de Gortari no está en la cárcel.

    Eso, ¿lo hace mentiroso?

    Si no lo hace mentiroso ¿en qué se convierte ante la promesa ?

    ‘tonces, Jorge… ¿Qué es la verdad?

    Si te digo que el actual gobierno tiene una política económica basada en Keynes y no sobre un plan económico para “ser Venezuela”, me tacharías de loco (o quizá no). Me dirías que los “líderes de opinión” están “sustentando sus argumentos lo que es “verdadero”. Pero (tu servibar) te preguntaría:

    • ¿Cómo sabes qué es lo verdadero?
    • ¿Qué otras fuentes para visitas para contrastar lo que consideras verdadero?
    • ¿Qué hace que el argumento de x ó y contenga “la verdad” y mis ideas, no sean las adecuado para el debate?

    Lo primero (como consejo) sería entender qué es una opinión y de qué construcción teórica está construida la doxa de tu fuente.
    ¿Realmente está entendiendo la fuente el qué, por qué y para qué del tema o está sesgando parte de la realidad o del objeto que menciona?

    Es fácil poder decir que nos vamos a convertir en Venezuela, pero ¿aún crees que después de vivir una política neoliberal 1982-2000 estamos a la altura de Suiza o Luxemburgo? Cabe en tu mente que uno de los hombres más ricos del mundo ¿vive en tu país? Y al parecer, siempre jugará su mejor carta con el poder (sea del partido que sea).

    ¿Qué te hace pensar que hace durante la época De la Madrid-Zedillo años estábamos en el paraíso y la bonanza, plataforma de seguridad nacional en todo el sentido amplio(de empleos, un peso verdaderamente fuerte y competitivo, nulo crecimiento de cárteles….)?

    ¿Es posible que en pleno siglo xxi, se tenga un acercamiento con la derecha extrema, racista, neo-nazista y clasista de España? ¿Creemos que tenemos una sociedad tele-dirigida desde el social media y atribuimos un sentido de verdad a lo que la masa considera _verdadero?

    Te preguntaría antes de hacer caso (o no)a las preguntas anteriores ¿cómo has llegado a la conclusión de tus argumentos para determinar cierta postura personal sobre dicho tema? ¿qué fuentes verificables (con datos duros) estás usando?
    ¿Es fácil repetir que seremos Venezuela o realmente te echaste un clavado en lecturas sobre Economía para emitir ese juicio y realmente estamos siendo llevados a un camino tortuoso al VenezuelanEconomicStyle?

    Es muy fácil repetir en un momento dónde los líderes de opinión no tienen idea clara (bueno, tienen una tendencia más patronal que de juicio personal) que documentarse, leer, entender y explicar desde la propia doxa qué pasa con tal fenómeno de la realidad©.

    Si te digo, esta anotación es falsa, tendrías que investigar, leer, re-flexionar y saber en qué arista de la misma se cumple dicha sentencia.

    Nada es lo que parece. Sin embargo, todo tiene reflejo.

    Esto, no lo hago con el ánimo de sacarle la cana verde a nadie (bueno, quizá, un poco).
    Lo interesante de esto, es tener una conversación transparente sobre qué, por qué y para qué tener los elementos, datos duros, conocer sobre el tema que vas a debatir y defender (o criticar).
    ¿Qué es la verdad? ¿O de qué modo somos maleables ante un sinfín de datos para creer que eso es “verdad”?
    O peor aún:
    De tantas veces que escuchas la mentira, ¿llegará un momento en que sea verdad?

    Pd.
    Querido lector:
    En anteriores entradas, había establecido escribir de manera frecuente. Ahora, lo haremos una vez por semana (o dos si andamos de buen ánimo).

    Si la vida nos da, haremos un podcast quincenal con algún tema filosofal.

    Autor

    Comparte esta anotación en:


    Categorías

    Escrito

    Caja Negra según Flusser



    (escuchando “Kerala” de Bonobo)

    Si hay algo que aprendí en los últimos años —y créanme, aprendí poco, pero lo poco que aprendí fue muy caro—, es que la filosofía de la imagen no se trata de lienzos bonitos ni de la iluminación perfecta. Ojalá. Se trata de gestión. Se trata de saber quién te cuenta, cómo te cuenta y, sobre todo, si tu cuerpo ya fue catalogado como un activo o un pasivo en la gran hoja de cálculo global.

    Cuando te pones a leer a esta pandilla de autores —Flusser, Debray, Rancière, et al— te das cuenta de que lo que tienes en las manos no es una bibliografía, es un manual de supervivencia para la era de la visibilidad obligatoria.

    Capítulo I: Cuando el Aparato te Explicó que Tu Vida ya estaba Programada

    Empecemos con Vilém Flusser. Un genio, claro. Pero también un aguafiestas con un sentido del humor tan negro que parece un software sin parchear. Nos explicó, sin tapujos, que el aparato (su “caja negra” ) no era solo la cámara que usas para tomarle fotos al perro. No, hombre. El aparato fotográfico es el arquetipo de todos los aparatos contemporáneos, desde la administración pública hasta los microchips.  

    Su tesis es brutalmente simple, y por eso sigue siendo incómoda: Nosotros creemos que estamos siendo creativos con la técnica, pero en realidad solo estamos jugando con el aparato para “obligarlo a revelar sus potencialidades”. Es decir, el programa ya está escrito y nuestra supuesta libertad consiste en agotar las variables que el diseñador dejó. Somos como chimpancés sofisticados tratando de hacer breakdance con un algoritmo. La fotografía, por lo tanto, no es una copia del pasado; es una visualización , una proyección de un futuro ya programado. Qué alivio, ¿verdad?  

    Régis Debray, por su parte, le pone la guinda política a este pastel tecnológico. En su teoría de la Mediología, nos dice que cada técnica de transmisión crea un tipo de Estado. Pasamos de la Logosfera al papel (Grafosfera/Estado Educador) y, finalmente, a la Videosfera/Estado Seductor.

    ¿Cuál es la estrategia del Estado Seductor, que es donde vivimos ahora?
    Sencillo: no te reprime, te infantiliza.

    “La disminución del peso relativo de la escuela en la videosfera fue acompañada por una dilatación de los espacios de aprendizaje… todo se convierte en saber y la idea de saber se desvanece.” Régis Debray.
    Es decir, transmitimos más que nunca, comunicamos menos que siempre, y el poder ya no necesita una guillotina, sino un influencer. El control se ejerce mediante la seducción, y nosotros, como niños con un control remoto, nos conformamos con la autoridad nominalmente disminuida.

    No te asustes, simplemente navega.

    Capítulo II: El Cuerpo: de Medio Original a Sujeto Mudo

    Aquí es donde entra el Cuerpo, el gran damnificado de la Fotosfera y la Videosfera.

    Hans Belting nos recuerda que, históricamente, el cuerpo es el medio original de la imagen. Antes de las pantallas, estaban las máscaras, los ritos. El cuerpo era el soporte “no-inerte” que ponía la imagen en escena. O sea, la imagen siempre ha tenido que ver con los ritos de la ausencia (la muerte, la presencia del que no está).

    Pero si Foucault tiene razón con la biopolítica, el poder moderno no te mata, te administra. Tu cuerpo es un objeto de cálculo y gestión (la somatopolítica). Y aquí es donde Giorgio Agamben, con su aire de profeta bíblico, mete su bisturí. Influido por Debord, nos dice que el capitalismo espectacular nos reduce a una “vida desnuda” y nos deja mudos, mientras el espectáculo habla ininterrumpidamente.

    ¿Tenemos control sobre el cuerpo?


    ¿Nuestra resistencia? El gesto.  

    El gesto no es acción productiva; es la “exhibición de una medialidad,” la comunicación de la comunicabilidad misma. Es un acto que se retira de la sumisión a los fines utilitarios. En un mundo donde todo tiene que ser un fin (productivo, vendible, viral), el gesto es el equivalente a dejar de teclear, sentarse y mirar al vacío, sin un propósito claro. Es la inoperosidad radical que se emancipa de la programación. Un acto de rebeldía tan simple que resulta casi poético. O estúpido, depende de tu cuenta bancaria.

    Capítulo III: Rancière y la Pelea por Quién Aparece en la Foto

    Todo esto nos lleva al ring de la política. ¿Cómo se resiste uno al Estado Seductor y al Programa de Flusser?
    Jacques Rancière tiene la respuesta: no se trata de opinar, se trata de hacerse visible.

    Para Rancière, la política es fundamentalmente estética. No es gobernar, es reconfigurar el reparto de lo sensible. Este reparto es lo que define quién tiene derecho a ser visto, quién tiene tiempo para hablar y quién no es ni siquiera “contable” en la comunidad.  La política es el desacuerdo que interrumpe ese orden. Cuando el cuerpo anónimo (el “no-contable”) se hace visible y se pone a hablar donde se supone que solo debe haber silencio, eso es política.  

    Y aquí se pelea con Didi-Huberman sobre “Lo Intolerable” :  
    Didi-Huberman defiende que el fragmento de la imagen, ese pedazo borroso (como las fotos de Auschwitz), es lo que nos exige la imaginación política, el grito ante la historia. Es la fuerza del anacronismo : el pasado irrumpe en el presente para liberar un futuro emancipador.  

    Rancière le teme a esto. Piensa que obsesionarse con lo “irrepresentable” o el trauma sublime corre el riesgo de caer en la fetichización o la metapolítica. Para él, la política debe seguir siendo el funcionamiento estético, el libre juego de hacer visible la igualdad.

    En resumen, la lucha es:
    1. Rancière: ¿Quién está en el cuadro y tiene derecho a hablar? (Lucha por la igualdad sensible).
    2. Didi-Huberman: ¿Cómo el cuadro irrumpe en el presente para romper el tiempo? (Lucha por la imaginación testimonial).

    Si lo sumamos todo, llegamos a la corpo-política, que no es otra cosa que el diseño de lo común: hacer ver las distinciones y los cuerpos excluidos. La política narra y delimita tu cuerpo. Nuestro trabajo, visores lejanos de la filosofía de la imagen, es poner en crisis esa narración.

    Espero que esta anotación de blog, sirva para nuestro propósito. El hilo conductor es claro: el cuerpo como campo de batalla entre el cálculo técnico y la potencia crítica de la imagen fragmentaria.

    Autor

    Comparte esta anotación en:


    Categorías ,

Música para trabajarEl playlist cotidiano | Mis perfiles y listas @

Música para trabajarSpotify

Música para trabajarApple Music